miércoles, 13 de octubre de 2010

¿Por qué seremos los últimos en salir de la crisis?

¿POR QUÉ SEREMOS LOS ÚLTIMOS EN SALIR DE LA CRISIS?

Por Francisco Parra Luna, Catedrático Emérito UCM,

parraluna3495@yahoo.es

Buena pregunta. Pero, ¿qué pensaría el lector si comenzara diciendo que saldremos los últimos porque queremos?. ¿O al menos porque lo permitimos?. Sencillamente no se lo creería, ya que a ningún español le gustaría que se nos clasifique como los últimos de la fila respecto a los demás países desarrollados. Y sin embargo, permítanme justificar mi respuesta.

Supongamos que se demuestra que en España se producen tres circunstancias o diferencias fácilmente constatables: Primera: que existen puestos de trabajo técnicos potenciales o sin cubrir para ser una país competitivo, como por ejemplo, los estimados por la Fundación Ideas en más de 3 millones. Segunda: que existen más de 4 millones de parados. Y tercera: que existe dinero en España para costear el salario+inversiones necesarias de una buena parte de esos parados ocupándolos en dichos trabajos, como por ejemplo, tomando sólo una parte de los más de 30.000 millones de euros que se pagarán en 2010 a los desempleados “por no hacer nada”, lo que si resulta socialmente justo y hasta políticamente necesario, no deja de suponer una crasa irracionalidad gestora impropia de cualquier sistema inteligente. Por no mencionar los que se podrían obtener vías disminución del fraude fiscal, reforma fiscal sin aumentar impuestos, y ahorro de gasto público. Puede asegurarse, pues, que no es dinero lo que falta hoy en España, pero sí una adecuada utilización o reubicación del mismo.

En consecuencia, con sólo poner un poco de buena voluntad política y de técnica económica, el problema diferencial del paro estaría solucionado, pudiéndolo situar fácilmente alrededor del 10% de la población activa que viene a ser el promedio europeo. Operación tan natural y lógica en términos comparativos (integrar “cosas por hacer”, con “personal parado”, con ”dinero desaprovechado”) que no merecería mayor demostración, dándose además la circunstancia de que existe un modelo matemático aplicado a la optimización de estos tres grandes diferenciales españoles, junto a otras variables, como lo viene a demostrar el modelo que llamamos “Axiológico-SETCU”. Vease: “Para salir de la crisis: un modelo cuantificado hacia la creación de empleo”,Equipo MULTIDIS, Ediciones del Serbal, Barcelona, 2010.

Y si lo que propone este modelo es viable (mientras no se demuestre lo contrario), ¿por qué no se adopta?. ¡Sobre todo, cuando políticos, estudiosos y comentaristas, están precisamente demandando un modelo global, sistémico e integrado contra la crisis!. ¿Qué causas, pues, paralizan a los responsables políticos y económicos para no implantar dicho modelo, u otro con igual o parecida filosofía integrativa?

La explicación, hundiría sus raíces en el sistema de valores que venimos asumiendo en nuestro país, claramente deficitario por parte de las élites responsables (políticas y técnicas) tanto de compromiso ético como de voluntad de esfuerzo, salvo honrosas excepciones en ambos colectivos. Se resume en que de ninguna manera están dispuestas a reducir el paro y salir de la crisis, si para ello han de dar cierta razón al contrincante político de turno o aceptar enfoques teóricos tan novedosos que les rompan sus obsoletos esquemas mentales. No es cuestión de izquierdas o derechas, o de estar o no en el poder. El problema nos afectaría a todos como si estuviera inscrito en una especie de “ADN axiológico”, ese que tiene que ver con nuestro personal y muchas veces cementado “sistema de valores”. Por supuesto que nos gustaría tener menos paro, pero nuestro orgullo (ese pequeño detalle tan español), adobado por un cierto resquemor político que todavía permanece desde la guerra civil a pesar de los Pactos de la Moncloa y otros avances cooperativos, nos impide percibir la escasa dimensión socioética de nuestro comportamiento. Añádase a ello nuestra tendencia a la vida “muelle” de nuevos ricos desde el desarrollismo posfranquista, que queda patente en el proceso que va desde la blandura educativa en la escuela primaria hasta nuestro escaso nivel de investigación científica, y tendremos explicada nuestra larvada pero firme intención de evitar cualquier esfuerzo intelectual que nos resulte disonante. Concretamente en economía, preferimos asumir cierta inercia teórica y mimetizar lo que digan otros, (FMI, OCDE, UE, etc). en lugar de esforzarnos por descubrir e investigar nuestras características y posibilidades propias, y ello a pesar de que éstas resaltan notoriamente en el panorama internacional donde en términos de paro, carencias competitivas y dinero dilapidado, no tenemos rival en el mundo desarrollado.

Por supuesto, repito, que nos gustaría tener una tasa de paro más baja, pero jamás a costa de humillar nuestro orgullo ideológico personal, y sobre todo, mostrar ahora la inadecuación de nuestra formación teórica, además ya tan formalizada y pretenciosa, para tener que reconocer como obsoletas las rutinas teóricas y metodológicas asumidas, que por añadidura son aconsejadas por otros “urbi et orbi”. No. Nosotros como españoles no hemos nacido, ni para suavizar nuestra recia y orgullosa terquedad, ni para diseñar nuevas teorías o enfoques en el tratamiento de las variables del sistema (lo de inventar les corresponde a otros, como lo demuestra la historia de la ciencia donde los españoles, salvo alguna excepción, brillamos por nuestra ausencia)(*). Y lógicamente así nos va. Aunque eso sí. A cambio de poder sentarnos a la espera de que los demás países (esos que inventan y se esfuerzan) tiren de nosotros aunque sea con retraso, pero en la seguridad de que de una u otra forma saldremos de la crisis como bien demuestran las curvas cíclicas de la economía cuando se está en la parte baja. En el fondo, nosotros seríamos, pues, más listos, porque, aunque siempre permaneceremos menos desarrollados, lo habríamos compaginado “sabiamente” con una menor dosis de esfuerzo, por no caer en el tópico de más “sol, siesta y toros”. No es que suframos un paro deseado, pero sí implícita y culturalmente permitido.

Parece, pues, como si tan orgullosa desidia estuviera en nuestra naturaleza, y de ahí que inconscientemente tendamos a ignorar toda modelación científica por demostrativa y positiva que resulte para la ciudadanía si a cambio se nos pide: primero, tener que entenderlo (esfuerzo); y segundo, cambiar de criterio (humildad). Y en el fondo, hasta podríamos presumir de haber adoptado tan impresentable tasa internacional de paro, porque la hemos reconvertido por voluntad propia en un “derecho a la pereza” a lo Paul Lafargue “inteligente y sofisticadamente” buscado. Que sería ya el no va más “civilizatorio”.

(*) Ver p.e.: P.Fara, “Breve historia de la ciencia”, Ariel, 2009; o también, P.Bowler y I.Marus, “Panorama general de la ciencia moderna”, Ed. Critica, 2007.