lunes, 27 de diciembre de 2010

Una economía bizca

Una economía bizca

Francisco Parra Luna -
27/12/2010

Dos bizcos caminando en dirección contraria chocan. Y exclama uno: "¡A ver si miras por dónde vas!", y el otro responde: "¡Y tú a ver si vas por donde miras"! Anécdota que retrata a la economía española como en ningún otro país; un tanto bizca cuando no estrábica total. Con el ojo derecho, percibe la superficie del neoliberalismo y su consabida bajada de impuestos, eliminación de rigideces laborales y comerciales, equilibrio fiscal, adelgazamiento del Estado, menor protección social, y en general gusta de dejar solo al individuo para que la necesidad afile su inteligencia y termine así incrementando el PIB.

Sus referentes políticos son Reagan, Thatcher, Aznar..; sus mentores intelectuales una buena pléyade de economistas desde Adam Smith a Friedman; sus protectores institucionales el FMI, la OCDE, los bancos centrales y como no, todo el empresariado nacional con sus potentes lobbies tanto teóricos (centros de estudio), como prácticos (ayudas financieras). Proceder que además llaman "ortodoxia económica" y todo aquel que no la comparta será objeto de severa crítica por "no mirar por dónde va".

Razones que no son menores cuando solo mira por su ojo izquierdo y se recrea en la superficie de lo social. Sostiene que si no existe una previa distribución justa de los bienes materiales, las libertades resultan espurias e insostenibles por conflictivas. Contempla el programa neoliberal como la vida en el mar, donde reinaría la libertad más absoluta pero también la injusticia más flagrante al comerse los peces grandes a los chicos sin la menor piedad. Piden así un Estado fuerte que obligue a practicar una necesaria redistribución de los bienes y servicios producidos para evitar la conflictividad. De ahí que sus mentores intelectuales arranquen de Marx primero y de Keynes después, para continuar con otra pléyade de economistas no menos razonables como Stiglitz o Krugman, aunque sus mentores institucionales se limitan a los sindicatos de clase, cuya debilidad actual les hace mostrarse extremadamente prudentes cuando no sumisos.

No obstante, apoyada en su propia debilidad económica, esta visión está igualmente imbuida de una ética tan profunda que no puede evitar, aunque quisiera, el choque con el poderoso bizco neoliberal al que se enfrenta.

Ambas visiones, como corresponde a la patología médica del estrabismo, impiden "ver en profundidad", cosa que viene a ser lo normal urbi et orbi. Lo tragicómico de la situación aparece cuando España se limita a mimetizar ambas pautas desaprovechando sus posibilidades propias. Cuando presenta márgenes objetivos que permitirían cruzarse a los dos bizcos sin rozarse, y hasta cediéndose el paso cuando convenga. Esto es lo que preconiza cualquier enfoque integrativo que asuma que las teorías, por incompatibles que parezcan, son complementarias y multiplicativas, lo que para España es una necesidad absoluta ante los notorios y específicos desequilibrios que presenta. Un enfoque como la Teoría de Sistemas, por ejemplo, con sus postulados de multiperspectivismo, interdisciplinariedad y resultados cuantificados en términos del "sistema de valores" (lo único que en realidad nos importa a los humanos) puede así resultar un instrumento válido.

¿Empeño fácil? Desgraciadamente no. Las actitudes mentales de unos y de otros están tan hechas, tan estructuradas y seguras, que algo que las obligase a complementarlas, como por ejemplo intenta el modelo axiológico-setcu (en Para salir de la crisis: un modelo cuantificado.., Equipo Multidis, Editorial del Serbal, 2010) no sería ni comprendido ni aceptado. De ahí que algunos economistas hayan podido decir -y por escrito- que no entienden ni el lenguaje sistémico que utiliza ni su interpretación en términos del "sistema de valores". Es cierto que los políticos, por la fuerza de las cosas, intentan esta integración, pero se encuentran teóricamente tan desasistidos que sus parlamentos suelen ofrecer una lamentable comedia representativa del más risible encontronazo entre bizcos.

¿Consecuencias para España? Incomprensión, impotencia, corporativismos… entre técnicos y especialistas de un lado. Y de otro, paro escandaloso, tragedias familiares, los últimos en salir de la crisis, clasificados como PIGS y en peligro de humillante intervención internacional. Como pura irracionalidad, ¿hay quien dé más?

Y todo porque nuestro sistema socioeconómico se muestra incapaz, como todo bizco de ojos extraviados, de "visionar" la centralidad profunda del problema y de diseñar y calcular el plan integral y cuantificado que España necesita.

Francisco Parra Luna. Catedrático Emérito de la Universidad Complutense de Madrid

jueves, 9 de diciembre de 2010

Competitividad ¿en qué?

COMPETITIVIDAD ¿EN QUÉ?

Por Francisco Parra Luna, Catedrático Emérito, UCM

Todo español interesado en las causas de nuestro paro intuye que residen en la falta de competitividad de la economía española que, como sabemos, viene presentando una balanza comercial negativa y recurrente. Mas, ¿en qué sectores concretos habría que incidir y con qué prioridad?. Desde la investigación/innovación, hasta la educación, la justicia y las inspecciones, pasando por determinadas infraestructuras concretas como el transporte de mercancías por ff.cc. y el reacondicionamiento de puertos, las posibilidades de mejorar en España son amplias y diversas. Comencemos por los medios de transporte y comunicación, tan básicos siempre.

Imaginemos que existe un Ministerio de Transportes y Comunicaciones con cinco direcciones generales: Carreteras, Aviación, Ferrocarril, Marítima y Telématica. Sus misiones: poner en contacto personas y cosas con la mayor rapidez y al menor coste posibles. Se podría para ello hacer uso del índice de eficiencia básica T=Y/X y mediante el cual la D.G. de Carreteras estaría obligada a vigilar permanentemente que los costes totales (X) de su estructura funcional (personal, inversiones, mantenimientos, contaminación ambiental, etc.) resultasen mínimos en cada período de tiempo en relación a los salidas (Y) (número de pasajeros, toneladas transportadas, satisfacción de los usuarios, etc.) que serían los objetivos de esta dirección general. Este índice perseguiría, pues, ofrecer el mejor servicio (Y) con el menor coste posible (X). Piénsese, además, lo que supondría que todos los funcionarios de dicho Ministerio percibiesen, además de unos fijos mínimos, unos emolumentos variables en función de los resultados del índice “T” general del ministerio, y de los numerosos índices o subíndices “T” en que podría subdividirse cada dirección general, subdirección, departamento, etc. Los ahorros podrían ser espectaculares.

E imagínese lo que supondría que las otras cuatro Direcciones Generales funcionaran bajo los mismos principios. Cada Dirección General perseguiría así quitar usuarios y mercancías a las otras Direcciones y en base siempre a la permanente vigilancia del índice “T”. Así la expresión: “Usuarios x satisfacción/coste”, sería el primer y más básico índice de eficiencia de cada dirección general. Especie de organismos autónomos en este sentido, que dada su deseable vocación de “ladrones” de usuarios, quizás acabarían hasta con gran parte de los desplazamientos personales de carácter profesional, que muy bien podrían resultar innecesarios si la Dirección General de Comunicaciones Telemáticas pudiera generalizar y popularizar el uso de videoconferencias de alta calidad, para que los desplazamientos personales sólo se hicieran por placer. Todo un necesario vuelco hacia la competitividad.

Podemos prever, pues, lo que este tipo de competencia interna representaría no sólo para la economía española vía costes, sino también, para seguridad de los pasajeros, más tiempo libre, superiores comodidades, menor contaminación, etc. En esto posiblemente consista el progreso: en no perder de vista el arco de los valores que perseguimos –Riqueza Material, Seguridad, Conocimiento, Participación, Ecología, etc.- y en elevar y equilibrar sus respectivos niveles relativos con arreglo a las necesidades de cada tiempo y lugar.

Pero con las Autonomías hemos topado. Porque para que estos índices funcionasen sería preciso rediseñar una descentralización territorial española que no termina de encajar los papeles de las administraciones al duplicar o triplicar esfuerzos y costes cuando no dificultar los objetivos buscados. Se trata por tanto de redefinir un Estado de las Autonomías que no siempre es bien comprendido dados sus actuales excesos, pero que resulta axial para elevar la calidad de vida de los ciudadanos al facilitarles superiores cotas de libertad, cercanía y participación en la cosa pública. La dificultad consiste en compatibilizarlas con una utilización óptima de los recursos nacionales, lo que requiere altas dosis de buen diseño desde el propio centro político y de colaboración sincera por parte de las regiones.

Que España sepa competir, ponderando en primer lugar lo central y lo periférico sin extremismos, y preferiblemente según pautas de regionalización europeas para hacerlo en pie de igualdad, determinará que podamos entonces priorizar sectores, reducir gastos, maximizar eficiencias, equilibrar/diferenciar autonomías,…. y en suma mejorar nuestro “sistema de valores” global como un país con peso relativo en el mundo en beneficio de todos. No sabemos si es un arte o una ciencia, o ambas cosas a la vez, pero deberíamos conseguirlo si es que pretendemos dejar un mejor modo de vida a nuestros hijos.